La noche picotea las últimas centellas del cielo,
finalizando el periplo que impone su manto negro azabache,
mural de esperanza e infinita desgracia.
Latidos en legión con dulce claridad despiertan de su letargo forzado,
formando la sinfonía de la vida que tanto habrá marcado.
Todo se pone en marcha y orden,
empezando a escribir la pluma del destino,
que con acierto y a veces desatino,
definiendo está conspirar con el gran orbe.
Fiel ciclo de amor y castigo;
fuente de temor que no maldigo.